Después del colegio, Mario fue a casa muy preocupado. Hizo el trayecto a pie, mirando al suelo, saltando las baldosas de seis en seis. Al llegar, les dijo a sus padres: “Necesito que vengáis conmigo y que traigáis el libro del ciempiés. También quisiera que lo leyerais en voz alta para que todos sepan la verdad”.
Su hermana de dieciséis años dijo: “Está bien, te acompaño, aunque sabes bien que yo no fui la culpable”.
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